Los tres fantasmas del escritor
Por @Joaquin_Pereira
Estaba de
pie frente al ventanal de mi apartamento, el sol se ocultaba por detrás del
cerro que oxigena la loca ciudad de Caracas. Es 24 de diciembre y todos se
preparan para celebrar la Navidad. Seguramente mi vecina de abajo estará
recibiendo invitados, lástima que por el cáncer esta sea su última Nochebuena.
Abro los
vidrios corredizos y me dispongo a lanzarme para acabar de una vez con esta
maldita vida. A mis espaldas escucho una gesticulación de desaprobación, “uhm,
uhm”. Me pregunto si los suicidas
comienzan a delirar justo antes de matarse. Volteo y veo hacia donde proviene
ese sonido, en la esquina de la sala donde está mi biblioteca y un diván que
usaba para leer hasta que decidí morir.
Acostado en
el diván está un hombre alto, canoso y barbudo. Lo reconozco de inmediato, es
mi escritor favorito Ernest Hemingway. Ya es definitivo, estoy delirando.
Me dice que
lanzarme no es la solución a mi angustia, que él lo sabe por experiencia porque
cometió el error de volarse el cerebro de un disparo. Comienzo a hiperventilar
y busco mi inhalador pero no lo encuentro. Todo se nubla y caigo en un hueco
oscuro.
Despierto
en el piso del ascensor de mi edificio, es como si estuviera soñando, me veo a
mi mismo más joven revisando su corbata en el espejo. Una niña de diez años
levanta un libro del piso que se le había caído al hombre. Recuerdo la escena,
recuerdo el libro: era El viejo y el mar,
de Ernest Hemingway. A esa edad todavía creía que podría ser escritor y quería
estudiar a uno de los más grandes.
La niña me
dijo que le gustaba mucho escribir y soñaba con ser una escritora romántica
cuando creciera. Me contó que sus padres no ganaban mucho dinero y no podían
comprarle libros. ¿Por qué no le regalé ese si tenía una colección de varias
ediciones y en varios idiomas?, ¿será que la palabra “romántica” me generaba
caspa a mi ego hipertrofiado de entonces?
Escucho la
risa que usaba entonces para burlarme de todo aquel que consideraba inferior
intelectualmente. Veo los ojos de una niña emocionada apagarse poco a poco: veo
morir a una escritora en ciernes. ¿Ese día comenzó su cáncer?, ¿fui el culpable
de su muerte vocacional y de su enfermedad física?
Las puertas
del ascensor se abren y me veo como más joven salgo rumbo al despacho de
abogados en el que mi padre me obligó a trabajar. La niña salió también,
cabizbaja.
Antes de
que se cerraran nuevamente las puertas una mano se interpone y logra abrirlas.
Era Ernest Hemingway. Me ayuda a levantarme y subimos nuevamente a mi
apartamento. Me dio un largo discurso sobre unas supuestas casualidades divinas
que marcan el destino de los seres humanos. Se supone que yo le debí regalar el
libro a la niña y este gesto la impulsaría para desarrollar una carrera como
escritora deslumbrante. La que sería la primera Nobel de literatura venezolana
dejó de soñar porque un abogado misántropo se rio de ella.
El ascensor
nos sube al piso donde está mi apartamento y se abren las puertas. Salgo y me
topo con un joven de cabello negro y mirada intensa. Continúa el delirio, no
hace falta que se presente, he leído todos sus libros: Oscar Wilde. Volteo y veo sonreír a Ernest, se despide con
un gesto de sus dedos en la sien. Las puertas se cierran.
Oscar me
agarra por un brazo y me lleva dentro del apartamento. La puerta estaba
abierta. “Ese fue el error”, me dijo. Vamos a la recámara y me veo desnudo en
la cama besando a mi mejor amigo de adolescencia.
Veo como mi
padre llega al apartamento y nos descubre. Saca de mala forma a mi amigo y
luego me golpea en el rostro. Ese día decidió que estudiara derecho en vez de
letras, no iba a permitir que siguiera una carrera de “maricas”. Era su hijo y debía
continuar con el legado de un apellido ilustre en los juzgados del país.
Le trato de
explicar a Oscar que no pude hacer otra cosa, que a los 17 años estaba bajo el
control de mis padres, que no podía revelarme. Lo veo acercarme a mi biblioteca
y tirar al suelo mis libros. Trato de detenerlo y me lanza uno de los suyos: El ruiseñor y la rosa se estrella contra
mi frente abriendo una contundente herida de la cual empieza a brotar mucha
sangre. Todo gira alrededor y caído en espiral a un profundo precipicio.
Un fuerte
codazo hace que despabile. Estoy sentado en una butaca en un lujoso teatro, al
lado mío sonríe el artífice del golpe: Fernando Pessoa. Ya veo que el whisky
que me tome antes de lanzarme por la ventana estaba pinchado y me hizo vivir
una bizarra experiencia a lo Dickens.
El escritor
portugués me hace un gesto para que escuchara a la mujer que en ese momento
daba un discurso. La reconozco, es mi vecina pero un poco más gorda y canosa
que como la recordaba. Estaba recibiendo el premio Nobel y recordaba como el
gesto de un joven abogado al regalarle El
viejo y el mar cuando era niña la llevo a dedicarse a la escritura. No pude
evitarlo, comencé a llorar. Pessoa me observó conmovido y me brindo su pañuelo.
No pude evitarlo, nuevamente tuve una crisis respiratoria y volví a
desvanecerme.
Cuando
desperté estaba en el piso frente a las ventanas de mi apartamento. En mi mano
estaba un pañuelo blanco con las iniciales FP. Me levanto y veo el diván frente a mi
biblioteca. Sobre el reposa un libro. Lo reconozco y entiendo que aún tengo una
oportunidad. Lo tomo y salgo corriendo fuera del apartamento. Esta vez no tomo
el ascensor, prefiero usar las escaleras.
Llego al
apartamento de mi vecina mientras ésta recibe a una pareja que llega a su
fiesta. La veo más pálida que la última vez, casi no la reconozco sin cabello.
Maldita quimio, pienso. Me acerco y antes de saludarla extiendo mi brazo y le entrego
El viejo y el mar. Veo sus ojos y
noto como un pequeño brillo renace en ellos. Feliz Navidad, me dice, y me
invita a entrar. Lo agradezco pero le digo que tengo algo importante que hacer.
Subo al
apartamento y coloco en cajas lo libros de mi biblioteca. Los bajo a mi carro y
recorro la ciudad deteniéndome en cada plaza e iglesia que encuentro. En cada
una coloco dejo un libro con una tarjeta en la que escribo: Ya me encontraste, soy tuyo, disfruta la
maravilla de leer: Feliz Navidad.
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